El Mundo de los Municipios

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La vida en la ‘isla bonita’ no volverá a ser la misma tras la erupción de Cumbre Vieja, un fenómeno que todavía plantea múltiples incertidumbres.


Desde hace un semana, el mundo mira con inquietud hacia La Palma: la erupción del volcán de Cumbre Vieja en Cabeza de Vaca, la evacuación de los barrios de los Llanos de Aridane y las imágenes de la furia de la naturaleza han impactado y conmovido a partes iguales. La satisfacción por la eficacia del operativo que ha evitado daños personales contrasta con la magnitud de la catástrofe y las muchas dudas sobre el futuro de una zona de la que dependen miles de familias, en la que hay más de 6.000 desplazados, y que nunca volverá a ser la misma.


La colada de lava ha cubierto desde la erupción del domingo 19 de septiembre un total de 190,7 hectáreas, destruyendo hasta el momento 420 edificaciones, además de 15,2 kilómetros de carreteras, según los datos del satélite del programa Copernicus de la Unión Europea. La dirección del Plan Especial de Protección Civil ante Riesgo Volcánico (Pevolca) informaba el viernes de una intensificación de la una explosividad de la erupción con aumentos en la expulsión de material piroclástico y ceniza. El sábado, el cono del volcán se rompía, liberando una nueva colada que discurre por encima de las anteriores en dirección hacia el mar.